LUZ

Quiero compartir contigo un cuento original que he creado, inspirado en el espíritu del álbum de Navidad ‘Luz’ .

Luz: el cuento del invierno que despertó

Dicen que en los inviernos más silenciosos, cuando el frío parece quedarse a vivir entre los tejados, hay una música capaz de abrir grietas de claridad incluso en las noches más espesas.

Esa historia comienza en un pequeño pueblo del norte, donde cada ventana brillaba diferente, como si en cada hogar hubiese una lámpara intentando contar un secreto.

En ese pueblo vivía Luna, una esctitora y compositora que llevaba semanas buscando una melodía que, según ella, “no ilumina hacia afuera, sino hacia adentro”. Caminaba con una libreta bajo el brazo, recogiendo sonidos como quien recoge copos de nieve: con cuidado, con paciencia, sabiendo que cada uno era único.

Una mañana, mientras la niebla bailaba por las calles, Luna escuchó algo que no venía de ningún instrumento. Era un murmullo suave, casi un susurro, que decía:

—La luz no se busca… se recuerda.

Intrigada, siguió aquel susurro hasta llegar a la ladera que bordea el bosque. Allí encontró a una niña sentada sobre una roca, mirando el horizonte gris. No parecía triste, pero había en sus ojos una sombra que el invierno conocía bien.

—¿Estás perdida? —preguntó Luna.

—No —respondió la niña—. Estoy olvidada.

La frase golpeó como un acorde menor: puro, sincero, inevitable.

Luna se sentó a su lado.

—¿Y qué has olvidado?

La niña sonrió con un gesto casi invisible.

—Mi luz. Antes la tenía. Ahora… solo escucho eco.

Luna abrió su libreta, sin saber exactamente qué escribir. Y entonces lo comprendió:

Aquello no era un encuentro casual. Era el inicio de una melodía.

Durante días, caminó con la niña por el pueblo, escuchando los sonidos que ambos habían dejado atrás: la risa antigua de una campana, el crujido de la madera en una vieja tienda abandonada, el canto tímido de los pájaros que aún se atrevían a quedarse en invierno.

Cada sonido era un fragmento.

Cada fragmento, una verdad.

Y cada verdad, una luz.

Cuando la niña volvió a sonreír plenamente, Luna supo que la canción estaba lista.

Regresó a su estudio, encendió una vela —una muy pequeñita, casi simbólica— y dejó que la música saliera. No la obligó, no la dirigió… solo la acompañó.

La melodía hablaba del calor que sobrevive al frío, de la memoria que despierta sin prisa, de los rincones que vuelven a brillar cuando alguien los mira con cariño.

Al terminar, la vela seguía encendida.

Y en la habitación, la niña ya no estaba.

Solo quedaba un resplandor suave que se fue desvaneciendo, como si nunca hubiese sido una niña, sino un recuerdo encarnado.

Luna tituló esa composición “Luz”.

Dicen que quienes escuchan el álbum sienten algo parecido:

Un destello que no viene del exterior, sino del lugar donde guardamos aquello que creíamos perdido.

Un abrazo tibio en medio del invierno.

Un recordatorio… de que incluso la luz más pequeña puede cambiar una noche entera.

Y así, cada vez que empieza diciembre, en aquel pequeño pueblo del norte se escucha la misma melodía flotando entre las chimeneas, recordándoles a todos que la luz, cuando es verdadera, nunca se apaga.

Solo espera ser escuchada.

Luna Etxegarate.


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