AMOR EN DOS TIEMPOS
Yo vivía un cálido verano, en una ciudad que parecía siempre despertar bajo un sol radiante. Era una apasionada de la música y soñadora incurable, siempre con una libreta y una pluma a mano. Mi vida cambió para siempre el día que conocí a Carlos, un artista con un carisma magnético y una sonrisa que iluminaba incluso los días más oscuros.
Desde el primer encuentro, Carlos y yo vivimos un romance que parecía sacado de un cuento de hadas. Paseábamos por jardines llenos de flores, compartíamos secretos bajo árboles centenarios y nos prometimos un amor que jamás se apagaría. Inspirada por la mágica conexión que compartíamos, comencé a escribir una hermosa canción que capturaba la esencia de esos momentos.
Sin embargo, con la llegada del otoño, el ambiente cambió. Carlos, quien había prometido estar siempre a mi lado, empezó a distanciarse. Las conversaciones se volvieron más escasas y, a medida que las hojas caían, la relación que una vez fue vibrante comenzó a perder su color. Sentía cómo mi corazón se llenaba de tristeza, y el calor de la promesa de amor eterno se convertía en un frío silencio.
Una noche, mientras contemplaba el cielo estrellado, me senté en mi pequeño balcón y dejé que mi pluma danzara sobre el papel. Así nació el primer verso de mi canción:
“Él llegó con su sonrisa de verano,
prometió que sería eterno en mi mano.
Pero el sol se escondió tras el invierno,
y su calor se volvió puro silencio.”
Estaba atrapada entre la nostalgia y el dolor. Me di cuenta de que el amor que había conocido se había desvanecido, como un baile ligero en el aire. Lloraba por lo que había perdido, mientras la melodía de mi canción tomaba forma. En mis notas, capturé la fragilidad de los sentimientos y la soledad que me envolvía. El estribillo resonaba en mi corazón:
“Ay,
amor que baila y se va,
como el viento que no vuelve más.
Te quise,
te di mi verdad,
y ahora solo queda soledad.”
Con cada palabra que escribía, sentía que liberaba un poco de mi dolor, pero también recordaba los momentos felices. En el segundo verso, pinté en mi mente los sueños que Carlos había sembrado en mi corazón. Me acordé de cómo me llevó a soñar despierta, a danzar en la luna y a ver la belleza en lo cotidiano:
“Me enseñó a soñar despierta en la luna,
cada paso era una dulce fortuna.
Pero el ritmo cambió,
se fue el compás,
y mi corazón lloró su antifaz.”
El tiempo pasó, y aunque la tristeza seguía persiguiéndome, encontré la fuerza para levantarme. Sentía que había aprendido a bailar con el dolor, y que aunque la ausencia de Carlos pesara en mi pecho, podía seguir adelante:
“Ahora danzo sola bajo las estrellas,
el dolor es fuerte,
pero no me frena.
El tiempo cura,
el ritmo me consuela,
y mi alma vuela aunque él no vuelva.”
Finalmente, esta canción fue un testamento de mi crecimiento; un reflejo de cómo a pesar de la pérdida, había logrado encontrar mi ritmo propio. En cada acorde, los ecos del amor me acompañan, recordándome que aunque algunas relaciones terminan, siempre llevo conmigo las lecciones aprendidas.
En un pequeño bar de mi ciudad, me subí al escenario una noche y, con el corazón lleno de nostalgia y esperanza, compartí mi canción con el mundo. La voz temblorosa pero fuerte resonó a través del espacio, y, en ese momento, mi historia de amor se convirtió en un canto a la resiliencia, una celebración de la vida y una promesa de que siempre hay luz después de la tormenta.
LUNA ETXEGARATE.